Pensando en esto del dolor y placer como estados emocionales básicos, me bajó la curiosidad y me puse a experimentar un poco en ambas áreas tratando de encontrar comprobantes propios de esa afirmación. Eso si, creo que me fui por el lado del dolor mas bien interno y no tanto corporal, como el que se desprende del miedo.
Lo primero que quise hacer, fue correr en una vía ampliamente desocupada, algo así como una pista de aterrizaje. Y lo hice, pero mejor aún, en una bicicleta. Aquí el dolor lo provocaba el miedo a ser descubierta, pero estando allí con toda esa pista frente a mi, momentáneamente el miedo se disipó y sólo deseaba disfrutarla.
Era realmente excitante disponer de todo aquel espacio y dejarse llevar por las ruedas; andar sin manos, a ojos cerrados, sin pedalear, mirando al cielo, o hacia atrás, sin ocuparse del auto por detrás o la luz de un semáforo, ni menos aún de pasar a llevar a alguien.
Durante el lapso de tiempo en medio de la pista me sentía tan feliz, al fin podía descubrir completamente lo que podía aprender de aquel artefacto con dos ruedas, hasta me sentí un poco más segura de mi al comprobar que podía soltar el manubrio y dirigir la bicicleta solo con mi equilibrio.
Después decidí dejar la bici y comenzar a correr. . . no sentía mis piernas!!! Era extremadamente extraño porque, a pesar de poder perder en cualquier momento la dirección de mis piernas y aterrizar yo en la pista, solo pensaba en seguirlo haciendo para no dejar de experimentar esa provisoria libertad. Hasta que el desvanecimiento de mis piernas ya no me lo permitió, decidí recostarme un momento y disfrutar de ese pedacito de naturaleza a mi alrededor. Qué mejor que: en frente, cielo; a los costados, pasto; y la completitud del silente viento. . .así fue hasta que, a lo lejos, me distrae una camioneta con unas lucecitas que titilaban, solo atiné a agarrar la bicicleta y pedalear lo mas rápido posible, aunque tristemente era evidente que mis ruedas no podrían contra aquellas cuatro. . .
Esa fue de las tardes que más he disfrutado, aun reconociendo el peligro que corrí al poder ser arrastrada por las “pequeñas” ruedas de una avioneta. En fin, la vergüenza provocada por el regaño que me merecía, no fue suficiente para desprenderme de la idea de que aquellas emociones, aun con todos los perjuicios que pueden acarrear, son detonantes de muchas de las experiencias que, sin causar daño, reviven los mejores recuerdos.
De hecho el simple hecho de recibir un regalo significa poder identificarlas (directamente o mediante las emociones que de ellas se desprenden, claro.), o no?, el famoso “llanto de alegría” que, si lo pensamos, cuando eramos bebés se manifestaba en la búsqueda de un abrazo para mitigar el “susto” de los primeros días en el jardín sin la constante compañía de mamá… hasta el acto más natural, que cualquier ser humano puede llegar a realizar, encierra en sí esta extraña dependencia. . .placer y dolor.